miércoles, 30 de enero de 2013

El escritor de las guías de viajes. Capítulo 1.




Febrero de 1973

Fernanda lleva como media hora con la revista delante de sí, con los ojos clavados en la fotografía que ve en una de sus páginas y desaría que ya fuera las ocho de la noche en lugar de las 10 de la mañana. Ojalá no la hubiera abierto , pero daría igual. Ayer hablaron por teléfono, las negociaciones en Galicia habían terminado y hoy por la noche llegaría a Madrid. La revista ya había salido pero ella aún no la había visto así que no pudo preguntar  y ahora sabe que hasta que no le vea entrar por la puerta no va a poder hacer nada.

 Aparta sus ojos de ella, la cierra por fin y la deja sobre la mesa del salón. Sus pasos la llevan a una de las ventanas desde donde se puede ver el jardín. Con la taza de tila aún en la mano corre el visillo y apoya su cabeza en el cristal. Está convencida de que tiene que haber un error y trata de calmarse. Hace un día muy bueno y en circunstancias normales hubiera salido al jardín a disfrutar del hermoso día primaveral que febrero ha regalado, pero hoy no puede, no tiene ánimos para ello, en su lugar cierra los ojos y recuerda la fiesta que dió Martínez Prado en su casa de Las Rozas. Allí conoció a Martín, apenas hablaron ese día, unos minutos, frases protocolarias y eso fue todo pero sus ojos no dejaron de buscarse en toda la noche. Días más tarde volvieron a encontrarse en casa de otros amigos en Puerta de Hierro y quedaron en verse al día siguiente. Así empezó una relación que la devolvió al mundo social después de algunos años de retiro voluntario. Una relación que dura ya casi medio año y en la que confia cada día más.

El telefóno no ha dejado de sonar desde las nueve de la mañana. Todos quieren saber si ha visto la foto pero ella no tiene ganas de hablar con nadie y es Carmen, la asistenta, la encargada de tomar los recados, la misma que ahora entra en el salón a anunciarle una visita.


-      Señora el sr. Martínez Prado quiere verla.

-      ¿No le ha dicho que no quiero ver a nadie?

-      Sí, señora pero insiste. Dice que es urgente.



Fernanda hace un gesto de resignación, se aparta de la ventana y se sienta en uno de los sofás, al lado de la mesita sobre la cual reposa la foto que les hicieron juntos.

Martín tiene en ella una mirada limpia y brillante, su brazo reposa sobre su cintura y la mira con ternura, ella le devuelve la mirada y su mano le acaricia la mejilla. La foto se la hizo Martínez Prado sin que ellos se dieran cuenta, no posaron, fue una foto natural, una instantánea que el amigo en común quiso captar y que les regalaría enmarcada hace unos días, cuando celebraron el cumpleaños de Martín en un pequeño restaurante de Madrid.



-    Hágale pasar Carmen y prepare café, por favor.

-    Enseguida señora.



Martínez Prada entra en el salón con paso apresurado, se acerca a ella y le da un beso en la mejilla, deja su portafolio en un sillón y se sienta en el otro sofá, frente a Fernanda y es él quien empieza la conversación.



-   Ya sé que no quieres visitas y niegas el teléfono pero tenemos que hablar.

-   No hay nada que hablar Carlos, Martín Nárvaez y este tal Gonzalo Prieto no son la misma persona y esta noche lo verás. Martín no tiene ninguna cicatriz en la frente como tenía ese Gonzalo.

-    No, no la tiene pero por lo demás es clavadito a él, tampoco me puedo creer que sea la misma persona. A decir verdad no le conozco desde hace tanto tiempo y en parte me siento responsable de vuestra relación..



Carlos Martínez Prado hace una pausa para tomar el café que gentilmente le acaba de servir Carmen. Con la taza en la mano se levanta, pasea como un oso enjaulado por el salón. Fernanda le mira ir y venir pero no hace ademán de pedirle que se siente. De repente su invitado retoma la conversación donde la había dejado:



-   Me lo presentaron en la embajada Argentina y en seguida empezamos a hacer negocios juntos, me aseguraron que era un hombre emprendedor que había decidido regresar a la tierra de sus abuelos y triunfar aquí por ellos.

-    Nadie te culpa de nada Carlos. Martín está de camino de Madrid, seguro que cuando vea la revista se sorprende tanto como nosotros.

-    Puede pero ¿tú le has llamado al hotel en La Coruña o era él el que te llamaba a tí?

-    Le llamé al hotel al día siguiente de su llegada, los demás día lo hizo él, todas las noches a las 10 en punto ¿por qué?

-    Porque yo he llamado esta mañana para preguntar a qué hora había salido y me han dicho que anoche pagó la cuenta  y abandonó el hotel dirección a Asturias.

-   ¿Asturias? No es posible. Casualmente teníamos intención de ir a visitar los Picos de Europa juntos en mayo.

-    Todo esto es muy extraño aunque a  tí no te lo parezca. Si esta noche no da señales de vida tendremos que poner el caso en manos de la policía. No somos los únicos que hemos reconocido la foto. Nuestro grupo de amigos, la portera de la finca, donde vivió los primeros meses, puede haberle reconocido y los clientes de Galicia también. 

-   ¿Y tu crees que la policía vendría a preguntarme a mí?

-   A tí o a mí. Existe esa posibilidad. He pensado que podíamos hablar con mi abogado, quizá el nos pueda asesorar mejor ¿Qué te parece si le llamo, le pongo en antecedentes y concierto una cita para mañana?

-    De acuerdo, llama a tu abogado pero la cita sólo si Martín no se presenta esta noche o no llama ¿estamos?

-   Me parece bien, ahora te tengo que dejar, he de volver al despacho y por favor coje el teléfono ¿de acuerdo?

-    No te preocupes Carlos, le diré a Carmen que me pase tus llamadas, no quiero ocupar la línea por si llama Martín.

-    Como quieras Fernanda, seguro que se trata de un error. Dicen que todos tenemos un doble quien sabe si Martín también lo tenía.



Fernanda vuelve a quedarse sola en el inmenso salón de su vivienda en Aravaca con la esperanza de que Martín dé señales de vida, se aferra a la casualidad pero aunque no quiera,  busca en su mente cosas que hubiera pasado por alto en estos meses, cosas sin importancia que ahora pudieran tener otra tonalidad pero no da con ninguna.



En Madrid, en el café Comercial el ex-inspector Vallejo y Bonilla toman un café mientras comentan las nuevas que trae Vallejo del comisario de Chamartín.



-   ¿Cómo vamos de trabajo, Bonilla?

-   Bien, como siempre, no nos faltan casos y eso lo sabes tu muy bien que ayudas en algunos ¿por qué lo preguntas?

-    Nuestro amigo el comisario podría tener algo interesante . ¿A qué hora iba a venir Gustavo?

-    Ya debería estar aquí, a lo mejor ha llamado Héctor y le ha entretenido, ya sabes, cuando no me puede localizar, llama al despacho de Gustavo.

-    También podía llamar al café ¿no? otras veces lo ha hecho ¿ no sabía que habíamos quedado?

-    Se le habrá olvidado, cuando está de viaje con Asun se olvida de casi todo.

-    En eso llevas razón, esos dos no se cansan de decirse cuánto se quieren, hasta Paloma lo ha notado.



Vallejo ríe su propia observación y contagia a Bonilla que aprovecha para preguntarle por la joven, de la cual es su tutor desde hace poco, mientras  pide dos cañas al camarero.



-    ¿Cómo está Paloma? ¿Se aclimata un poco a su nueva vida? Y tu mujer encantada ¿no?

-    Sí, las dos se entienden de maravilla y en el colegio también va muy bien. Gracias por el consejo que nos diste, Laurita siempre me lo recuerda.

-    ¿ Yo?

-    Sí hombre, tú.  Tu fuiste el que me quitó de la cabeza lo del instituto. ¿no te acuerdas que me recomendaste que la matriculara en el mismo colegio de Clara, María e Irene? Ha hecho buenas migas con ellas e Irene y ella se están haciendo inseparables, además se escribe con regularidad con Alejandro asi que no hay quejas.

-    Es verdad, ni me acordaba de lo del colegio, pues de nada hombre. Seguro que llega a superar algún día, con la ayuda de todos,  el que no hayamos podido dar con su madre. Es increíble como algunas personas pueden desaparecer sin dejar rastro, menos mal que Gustavo ha podido impugnar la venta de las tierras y de la casa.

-    Exacto. Fue imperdonable lo que hicieron con ella. Los caciques siguen teniendo la sartén por el mango en este país.

-    Es cierto pero éste no se esperaba que el gobernador de la provincia le aconsejara deshacer la venta o pagarle a Paloma lo que valían las tierras  en realidad.

-   Por una vez le salió el tiro por la culata gracias al trabajo de Gustavo y a los contactos del comisario Ramírez.

-   Y yo me perdí el caso por estar fuera. ¿No se ha llegado a saber quien fue el autor de su secuestro, verdad?

-   No, las pistas que teníamos no nos llevaron a ninguna parte. Ramírez sospechó de Narciso por lo que nos dijo Héctor pero no hemos podido probar nada  ¿Perea no te habrá contado a ti otra versión, verdad?

-   No y no creo que haya otra, a estas alturas no hay secretos entre nosotros..!Mira! ya llega Gustavo.



Gustavo Olavide saluda con la mano a sus amigos mientras espera a que el semáforo se ponga rojo e inmediatamente después cruza la calle y se sienta a la mesa con ellos. Enseguida se acerca el camarero y Gustavo pide tres copa de coñac.



-    Perdonad la tardanza pero me ha llamado un cliente para consultarme un dilema que tienen él y una buena amiga. Mañana tengo un encuentro con ellos y creo que podemos tener caso, quiero decir que podéis tener caso, ya les he hablado de vosotros.

-   ¿No puedes adelantar nada, Gustavo?

-   No Bonilla, de momento es confidencial. Si las cosas no cambian en un par de horas mi cliente os lo contará. Por los honorarios no os preocupéis, los dos tienen buena caja fuerte. ¿Tenéis libre a eso de las 11 de la mañana? Es un caso de los que os gustan, sobre todo Héctor.

-   Le tendremos que poner en antecedentes nada más bajar del avión.

-   ¿Estás seguro Bonilla de que llegan mañana por la noche, de que no van a poner otra excusa para quedarse un día más?

-   No Vallejo, estoy seguro, ayer hablaron con Dani y se lo prometieron.

-   Así es, también hablaron con María y mañana va a esperarles al aeropuerto junto con Tim.

     
     A casi dos mil kilómetros de distancia pero a la misma hora que nuestros amigos dejan el café Comercial, Asunción y Héctor entran en una trattoria de una de las bocacalles de la Plaza de España en Roma. A las once de la mañana se clausuró el congreso y tras las despedidas se encaminaron hacia la fontana de Trevi mietras Julio tomaba el tren en dirección al aeropuerto.
El congreso apenas les había dejado tiempo libre. Afortunadamente el hotel en el que se hospedaban estaba muy cerca del Coliseo y desde su balcón hasta podían ver el arco de Constantino y parte del Foro Romano. Tampoco les quedaba lejos la Basílica de San Juan de Letrán de ahí que fuera el único templo que visitaran ayer mismo y Héctor le dijera a Julio:

“Después de ver este templo tengo curiosidad por ver el Vaticano y su Museo. Sería una pena irnos sin ver la Capilla Sextina,  Asun y yo nos quedamos un día más”.
Mañana temprano visitarán el Vaticiano y su museo pero ahora tienen otros planes. Tras la comida regresarán a descansar al hotel, después comprarán algunos regalos y al anochecer saldrán a disfrutar de la noche romana y de su vida nocturna y ya, de vuelta en su habitación, puede ser que continuen con la fiesta, como Héctor le susurra al oído a Asunción.